jueves, 25 de abril de 2013

Juan Manuel

Don Juan Manuel (Escalona, 5 de mayo de 1282Córdoba,1 13 de junio de 1348) fue un político y escritor en lengua castellana. Fue uno de los principales representantes de la prosa medieval de ficción, sobre todo gracias a su obra El conde Lucanor, conjunto de cuentos moralizantes (exempla) que se entremezclan con varias modalidades de literatura sapiencial.
Ostentó los títulos simultáneos de duque y príncipe de Villena y señor de Escalona, Peñafiel, Cuéllar, Elche, Cartagena, Lorca, Castillo de Garcimuñoz, Alcocer, Salmerón, Valdeolivas y Almenara. Fue además Mayordomo mayor de los reyes Fernando IV y Alfonso XI, Adelantado mayor de la frontera de Andalucía y Adelantado mayor del reino de Murcia.
Durante la última etapa de la minoría de edad de su sobrino, Alfonso XI de Castilla, fue tutor del rey junto con el infante Felipe de Castilla y Juan el Tuerto. Está enterrado en el Convento de San Pablo de la localidad de Peñafiel.

miércoles, 24 de abril de 2013

TETETETEXTO TETETETEATRAL

(El maestro se levanta y explica la cultura musulmana.)
Maestro.-De Oriente llegaron a la península :médicos,músicos,poetas....Trajeron cultura,por ejemplo:las matemáticas difundieron el número 0,introdujeron hábitos higiene,aportaron cultivos …
Javier-profesor,¿qué es un arco de herradura?
(El maestro se sienta.)
Maestro-es un elemento característico de la cultura musulmana,esa es su decoración, porque no era legal poner imágenes de alguna persona.

TEXTO TEATRAL


GÉNERO DRAMÁTICO : Teatro

Fragmento de LA ZAPATERA PRODIGIOSA
Federico García Lorca

NIÑO: (temerosamente) Gente de paz.

ZAPATERA: (abriendo) ¿Eres tu? (Melosa y conmovida)

NIÑO: Sí, señora Zapaterita. ¿Estaba usted llorando?

ZAPATERA: No, es que un mosco de esos que hacen piiiii me ha picado en este ojo.

NIÑO: ¿Quiere usted que le sople?

ZAPATERA: No, hijo mío, ya se me ha pasado... (Le acaricia.) ¿Y qué es lo que quieres?

NIÑO: Vengo con estos zapatos de charol, costaron cinco duros, para que los arregle su marido. Son de mi hermana la grande, la que tiene el cutis fino y se pone dos lazos, que tiene dos, un día uno y otro día otro, en la cintura.
¡ojala te sirva nos vemos suerte!

EL CONDE LUCANOR

Os dejo el cuento XXVII del conde Lucanor





Lo que sucedió con sus mujeres a un emperador y a Álvar Fáñez Minaya
Un día hablaba el Conde Lucanor con su consejero Patronio y le dijo:
-Patronio, tengo dos hermanos casados que viven su matrimonio de manera muy distinta, pues uno ama tanto a su esposa que apenas podemos lograr que se aparte de ella un solo día y no hace sino lo que ella quiere y, aun antes, se lo consulta. Del otro, sin embargo, os diré que nadie puede lograr que vea a su mujer ni que entre en la casa donde vive. Como estoy muy preocupado por el comportamiento de los dos, os ruego que me digáis la forma de poner fin a esta situación tan extremosa.
-Señor Conde Lucanor -dijo Patronio-, por lo que me decís, vuestros dos hermanos están muy equivocados, pues ni uno debería demostrar tanto amor a su esposa ni el otro tanta indiferencia. Probablemente su error depende del carácter de sus mujeres y así querría contaros lo que sucedió al emperador Federico y a Álvar Fáñez Minaya con sus esposas.
El conde le preguntó lo que había ocurrido.
-Señor Conde Lucanor -dijo Patronio-, os contaré primero lo que sucedió al emperador Federico, y después lo que ocurrió a don Álvar Fáñez, porque son dos historias distintas y no pueden mezclarse.
»El emperador Federico casó, según su rango, con una doncella de alto linaje; pero no era feliz, pues antes de casarse no se había enterado de su mal genio. Después del matrimonio, y aunque ella era buena y honrada, comenzó a mostrar el carácter más rebelde y más díscolo que pueda imaginarse: si el emperador quería comer, ella ayunar; si el emperador quería dormir, ella levantarse; si el emperador le tomaba afecto a alguien, ella le demostraba antipatía. ¿Qué más os diré? Cuanto le agradaba al emperador, le desagradaba a ella. En fin, hacía todo lo contrario de su marido.
»El emperador soportó aquella vida algún tiempo, pero, viendo que de ningún modo podría corregir a su esposa, ni con sus advertencias ni con las de otros, ni con amenazas, ni con ruegos o halagos, y viendo también la áspera vida que le esperaba y el daño que le traería a su reino la mala condición de la emperatriz, fue a ver al Papa, y le dijo lo que pasaba y el peligro en que se encontraban su pueblo y él por el pésimo carácter de su esposa la emperatriz. El emperador pidió al Papa que, si pudiese, anulara el matrimonio, aunque él sabía que era imposible según la ley de Dios, pero tampoco podían vivir juntos por el carácter áspero de la emperatriz.
»Como no encontraba otro remedio, el Papa le dijo al emperador que encomendaba la solución a su buen entendimiento, porque no podía dar la penitencia antes del pecado.
»El emperador se despidió del Papa, se volvió a su casa, e intentó corregir a la emperatriz con halagos, amenazas, advertencias y con cuantas maneras parecieron bien a él y a todos los suyos, sin que nada diera resultado, pues, cuanto más le insistían para que cambiase tanto, más áspera y desabrida se mostraba ella.
»Cuando vio el Emperador que no podía alterar la condición de su esposa, le dijo un día que quería ir a cazar ciervos y que se llevaría un poco de la hierba con que envenenan las flechas para matarlos, dejando el resto en la casa para otra cacería. También le dijo que por nada del mundo se pusiese aquellas hierbas sobre sarna, pústula o herida que sangrase, porque era tan fuerte su veneno que no había nadie a quien aquellas hierbas no provocasen la muerte. El emperador tomó otro ungüento muy bueno y muy eficaz para las llagas y, delante de ella, se lo aplicó en aquellas partes del cuerpo que no estaban sanas; ella y cuantos allí estaban vieron que en seguida quedaba curado. Le dijo después a su esposa, en presencia de numerosos cortesanos y de otras personas, que se diese de aquel ungüento en cualquier llaga que tuviera. Y dicho esto, tomó la hierba que necesitaba para envenenar las flechas y se fue a cazar ciervos.
»Cuando el emperador hubo partido, se puso la emperatriz colérica y comenzó a decir:
»-¡Ved lo que me dice ahora el falso del emperador! Como sabe que mi sarna no es como la suya, me dice que me aplique el ungüento que se ha dado él, porque así yo no podré sanar; pero del otro ungüento, que es el más indicado para mí, me dice que no debo darme. Mas, por darle pesar, yo me untaré con él y, cuando vuelva, me encontrará sana. Estoy segura de que nada le molestará más; por eso lo haré.
»Los caballeros y las damas que la acompañaban le rogaron y suplicaron con lágrimas en los ojos que no lo hiciese y le decían que tuviese por cierto que moriría si se aplicaba aquellas hierbas.
»A pesar de sus ruegos, no lo quiso hacer: tomó las hierbas y se dio con ellas en las llagas. Y al poco tiempo le aparecieron los primeros síntomas de muerte. Si ella hubiera podido, se habría arrepentido de lo que había hecho, pero ya no le quedaba tiempo. Así murió, por su carácter díscolo y rebelde.
»Mas a don Álvar Fáñez le sucedió lo contrario, y así os contaré lo que le ocurrió.
»Era don Álvar Fáñez un caballero muy justo y muy honrado, fundador de la villa de Íscar, y un día fue a ver al conde don Pedro Ansúrez, que vivía en Cuéllar con sus tres hijas. Después de haber comido, le preguntó el conde a Álvar Fáñez a qué se debía la sorpresa y el placer de su visita. Álvar Fáñez le contestó que venía para pedirle a una de sus hijas en matrimonio, pero antes quería hablar con ellas, conocerlas y elegir a la que más le gustara. Viendo el conde que Dios le favorecía con este casamiento, le dijo que tendría mucho gusto con que todo se hiciera así.
»Don Álvar Fáñez se quedó a solas con la hija mayor y le dijo que, si ella aceptaba, le gustaría tomarla por esposa, pero antes debía saber algunas cosas muy importantes sobre su vida. Lo primero, que él ya no era joven y que, por las muchas heridas sufridas en las batallas en que había luchado, tenía tan débil la cabeza que, por muy poco vino que bebiese, perdía el juicio y se ponía tan violento que no sabía lo que decía, habiendo llegado incluso a maltratar a algunas personas con tanta furia que, al volver en sí, se arrepentía de haberlo hecho. También debería saber que, cuando estaba dormido, no podía controlar en la cama sus necesidades. Y tantas cosas como estas le dijo que ninguna mujer, aunque no fuera muy inteligente, podría sentirse bien casada con él.
»Cuando le oyó decir esto, la hija del conde le contestó que el casamiento no dependía de ella sino de sus padres. Después se alejó de don Álvar Fáñez y volvió junto a su padre. Este y su madre le preguntaron qué deseaba hacer y, como la hija no comprendió bien la prueba a que la sometió don Álvar Fáñez, les contestó que prefería la muerte a casarse con él, por las cosas que le había dicho.
»El conde no quiso referírselo así a don Álvar Fáñez, sino que le respondió que su hija aún no deseaba contraer matrimonio.
»Don Álvar Fáñez habló, después de esto, con la hija mediana. Y ocurrió con ella como con la mayor. Después habló con la tercera, a la que dijo las mismas cosas que a sus hermanas.
»Ella respondió a don Álvar Fáñez que daba gracias a Dios por este casamiento; también le dijo que, si el vino le sentaba mal, ella lo encubriría de las gentes y nadie lo notaría; y también le dijo que, aunque él se sintiera viejo, no por ello renunciaría a la felicidad y al honor de ser su esposa; y sobre lo que dijo de su mal carácter y de sus golpes a las personas, le contestó que no debía preocuparse, porque ella no le daría motivo y, si alguna vez la maltrataba, lo llevaría con resignación.
»Y a todas las cosas que don Álvar Fáñez le dijo, le supo responder tan bien que el caballero quedó muy contento y dio gracias a Dios por haber encontrado una mujer tan inteligente. Después le dijo al conde don Pedro que quería casarse con la más pequeña de sus hijas. Al conde le agradó mucho este matrimonio y pronto celebraron las bodas. Luego don Álvar Fáñez partió hacia sus tierras con su mujer, que se llamaba doña Vascuñana.
»Llegados a casa de Álvar Fáñez, ella fue tan buena esposa y tan inteligente que su marido se juzgó por bien casado y ordenó que todos hicieran cuanto ella mandara. Esto lo hacía él por dos razones: la primera, porque Dios la había hecho tan buena, tan amante de su esposo y tan respetuosa con sus decisiones que, cuanto hacía y decía don Álvar Fáñez, le parecía a ella que era verdaderamente lo más acertado; y tanto le agradaba a ella cuanto su marido hacía y decía que jamás lo contrarió en algo que fuera de su gusto. No penséis que hacía esto por halagarlo o lisonjearlo, sino porque verdaderamente creía y sentía que todo lo que don Álvar Fáñez quería, hacía o decía no podía ser mejorado ni entrañaba ningún error. Primero por esto, y en segundo lugar porque ella demostraba siempre tan buen juicio y tomaba decisiones tan acertadas, la amaba y honraba don Álvar Fáñez, que se dejaba guiar por sus recomendaciones, pues siempre le aconsejaba y buscaba lo que favorecía la honra y provecho del conde, su esposo. Nunca pidió a su marido que hiciese algo para darle gusto a ella, sino sólo aquello que le fuera conveniente y provechoso como caballero.
»Sucedió que una vez, estando en su casa don Álvar Fáñez, lo visitó un sobrino suyo, que vivía en palacio con el rey, y su visita le agradó mucho. Pasados unos días, le dijo su sobrino que era persona de buenas condiciones, pero que le hallaba un defecto. Don Álvar Fáñez le preguntó cuál era. El sobrino le contestó que su único defecto era hacer mucho caso a su mujer y entregarle a ella el cuidado de todos sus bienes y tierras. Don Álvar Fáñez le dijo que de allí a pocos días le daría una respuesta adecuada.
»Y sin decir nada de esta conversación a su mujer, Álvar Fáñez partió a caballo hacia otras tierras y estuvo allí algunos días, acompañado por su sobrino. Después mandó venir a doña Vascuñana, saliendo su esposo a recibirla a mitad del camino, aunque no hablaron entre sí ni tampoco tuvieron tiempo para ello.
»Álvar Fáñez y su sobrino iban delante, y doña Vascuñana detrás. Fueron cabalgando así y, al rato, Álvar Fáñez y su sobrino vieron gran cantidad de vacas. Y dijo don Álvar Fáñez:
»-¿Has visto, sobrino, qué yeguas tan hermosas hay en estas tierras?
»Al oír esto, su sobrino quedó muy sorprendido y pensó que su tío se lo decía en broma; no obstante, le preguntó por qué decía que eran yeguas si bien se veía que eran vacas.
»Entonces Álvar Fáñez se asombró mucho y dijo a su sobrino que pensaba que había perdido el juicio, pues estaba muy claro que aquellas eran yeguas.
»Cuando el sobrino vio cómo su tío lo afamaba una y otra vez, con absoluta seriedad, quedó aterrorizado y pensó que sin duda se había vuelto loco.
»Don Álvar Fáñez siguió manteniendo sus afirmaciones, hasta que llegó doña Vascuñana, que venía tras ellos. Al verla, don Álvar Fáñez, le dijo a su sobrino:
»-Mirad, sobrino mío, por ahí viene mi esposa, que dirimirá esta discusión.
»Al sobrino le pareció esto muy bien, por lo que, al llegar su tía, le dijo:
»-Señora, mi tío y yo estamos discutiendo, pues él dice que estas vacas son yeguas, pero yo digo que son vacas; y tanto hemos porfiado que él me toma por loco, aunque yo creo que él ha perdido el juicio. Por favor, señora, juzgad quién dice la verdad.
»Cuando doña Vascuñana oyó decir esto a su sobrino, aunque a ella también le parecían vacas, pensó que, si su marido decía que eran yeguas, no podía estar equivocado y, por tanto, tenían que ser yeguas, aunque todos afamaran lo contrario. Por eso dijo a su sobrino y a todos los presentes:
»-¡Por Dios, sobrino, cuánto siento lo que decís! Pero esperaba de vos, que tanto tiempo habéis vivido en palacio, mayor cordura y sentido común, pues demostráis falta de juicio e incluso de vista si confundís yeguas con vacas.
»Luego doña Vascuñana le comenzó a demostrar que, por la forma, el color y otros muchos detalles, eran yeguas y no vacas, y que su tío no podía estar equivocado ni de palabra ni de pensamiento; y, así, era cierto lo que decía. Tanto lo aseguró ella, que su sobrino y los presentes comenzaron a pensar que eran ellos los confundidos y que las vacas eran yeguas, según decía don Álvar Fáñez. Ocurrido esto, sobrino y tío siguieron camino adelante y vieron gran cantidad de yeguas. Entonces dijo don Álvar Fáñez a su sobrino:
»-¡Ajá, sobrino! Estas son las vacas y no las que vos decíais antes, que eran yeguas.
»Cuando el sobrino lo oyó, dijo a su tío:
»-¡Por Dios, tío! Si vos estáis en lo cierto, el diablo me ha traído a mí a estas tierras; porque si de verdad son vacas, yo habré perdido el juicio, pues estas serían yeguas en cualquier lugar del mundo.
»Y don Álvar Fáñez comenzó a porfiar que eran vacas. Así estuvieron hasta que llegó doña Vascuñana, a la que contaron lo que afirmaban su marido y el sobrino. Aunque a ella le parecía que el sobrino tenía razón, en ningún momento pensó que su marido estuviera equivocado ni que pudiera ser verdad otra cosa distinta a la que él afirmaba. Por ello comenzó a buscar argumentos para demostrar que era verdad lo que afamaba su marido, y encontró tantos y tan concluyentes que su sobrino y los que allí estaban pensaron que su razón y sus ojos les hacían confundirse y que estaba en lo cierto don Álvar Fáñez. Así pasó por esta vez.
»Tío y sobrino siguieron caminando hasta llegar a un río donde había muchos molinos. Mientras los caballos bebían, comenzó a decir don Álvar Fáñez que las aguas de aquel río corrían hacia su nacimiento y que aquellos molinos recibían el agua en sentido contrario.
»El sobrino de Álvar Fáñez se tuvo por loco cuando le oyó decir esto, porque pensó que, si ya se había confundido con las vacas y las yeguas, también lo estaría ahora al pensar que el río discurría en sentido contrario al que decía su tío. Así estuvieron porfiando hasta que llegó doña Vascuñana. Cuando le contaron la discusión que tío y sobrino mantenían, aunque a ella le parecía verdad la opinión del sobrino, no se dejó llevar de su propio juicio y pensó que era verdad lo que decía su marido. Y buscó tantas y tan buenas razones con que apoyarlo que el sobrino y todos los acompañantes creyeron que aquella era la única verdad.
»Y desde aquel día quedó como refrán que, si el marido dice que el río corre aguas arriba, la buena esposa así lo debe creer y decir que es verdad.
»Cuando el sobrino vio que con los argumentos de doña Vascuñana se demostraba la veracidad de cuanto decía don Álvar Fáñez y que él estaba equivocado al no distinguir unas cosas de otras, sintió pena de sí mismo y pensó que había perdido el juicio.
»Después de caminar largo trecho por el camino, viendo don Álvar Fáñez a su sobrino muy preocupado y muy triste, le habló así:
»-Sobrino, ya os he dado respuesta a lo que me dijisteis el otro día sobre lo que todos consideraban un defecto en mí, por hacer siempre caso a mi mujer; tened por seguro que, cuanto hoy ha ocurrido, lo he preparado para que vieseis cómo es ella y que hago bien si me dejo llevar por sus consejos. También debo deciros que para mí las primeras vacas que vimos, de las que yo decía que eran yeguas, eran vacas como vos defendíais; y cuando doña Vascuñana llegó y os oyó decir que para mí eran yeguas, estoy seguro de que ella creía que vos decíais la verdad, pero, como confía tanto en mi recto juicio y piensa que nunca puedo estar confundido, pensó que ella y vos erais los equivocados. Y por eso buscó argumentos tan concluyentes que os convenció a vos y a todos los presentes de que yo estaba en lo cierto; eso mismo ocurrió con lo de las yeguas y lo del molino. Os aseguro que, desde el día de nuestra boda, nunca la vi hacer o decir algo en su propio provecho o deleite, sino sólo lo que yo quisiere; tampoco se ha enojado nunca por lo que yo hiciera. Y, para ella, cualquier cosa, que yo decida, siempre será lo mejor; además, cuanto debe hacer por su estado o porque yo se lo pido, lo hace muy bien, buscando siempre mi honra y provecho y queriendo que, de esta forma, todos sepan que yo soy el señor y como tal debo ser obedecido y honrado; no desea para sí ni fama ni premio por lo que hace, sino que todos sepan en qué puede servirme y mi agrado por cuanto ella hace. Creo que, si un moro del otro lado del mar hiciese esto por mí, yo lo debería amar, estimar y seguir sus consejos; cuánto más a la mujer con quien estoy casado. Y ahora, sobrino, os he dado respuesta al reproche que el otro día me hicisteis.
»Al sobrino de Álvar Fáñez lo convencieron estas razones y comprendió que, si doña Vascuñana era de tan buen juicio y buena voluntad, hacía bien su tío amándola y confiando en ella y haciendo por ella cuanto hacía.
»Como veis, fueron muy distintas la mujer del emperador y la de Álvar Fáñez.
»Señor Conde Lucanor, si vuestros hermanos son tan distintos que uno hace cuanto su mujer quiere y el otro no la toma en consideración, ello se debe a que sus mujeres llevan la misma vida que llevaron la emperatriz y doña Vascuñana. Si sus esposas son así, no debéis asombraros ni culpar a vuestros hermanos; pero si no son ni tan buenas ni tan rebeldes como las dos de las que os he hablado, vuestros hermanos tendrán parte de culpa, porque, aunque ese hermano vuestro, que ama mucho a su mujer, hace bien en quererla, debemos pensar que esa estima tiene que limitarse a sus justos términos y no más. Pues si un hombre quiere estar siempre junto a su mujer y por ello deja de ir a los sitios o a los asuntos que le convengan, debéis pensar que está equivocado; pensad también que, si por complacerla o satisfacerla, el marido no cumple lo que pertenece a su clase o a su honra, también está muy equivocado. Pero, exceptuadas estas cosas, cuanta honra, estima y confianza demuestre el marido a su mujer, le están permitidas y así deberá tratarla. También os digo que el esposo, en asuntos de poca importancia, debe evitarle disgustos o contrariedades a su mujer y, sobre todo, no debe inducirla al pecado, pues de él nacen muchos males: primero, por la propia maldad del pecado y, segundo, porque, para desenojarla y complacerla, el marido habrá de hacer cosas perjudiciales para su fama y hacienda. Pero al que por su mala suerte tuviere una mujer tan rebelde como la emperatriz, pues al comienzo no supo o no pudo poner remedio, no le queda otra solución sino soportar su desgracia hasta que Dios quiera. Pero sabed que, para evitar lo uno y lograr lo otro, el marido, desde el primer día de matrimonio, debe hacerle ver a su mujer que él es el señor y cómo ha de comportarse ella.
»Pienso que vos, señor conde, siguiendo estas reflexiones, bien podéis aconsejar a vuestros hermanos de qué manera han de portarse con sus mujeres.
Al conde le agradó mucho lo que le dijo Patronio, pues le pareció que era verdad y muy razonable.
Como don Juan pensó que estos dos relatos eran muy buenos, los mandó poner en este libro y escribió los versos que dicen así:
Desde el comienzo debe el hombre enseñar
a su mujer cómo se ha deportar.

martes, 23 de abril de 2013

Dictados-aprendizaje

Lo que yo hago es, que si me equivoco en muchas palabras escribo un texto de algún tema y así aprendo de forma integrada.

Dictado 1

 Todo el pueblo colaboró,con generosidad,en la compra de la imagen de esta virgen. Coge una galleta , están crujientes. La manera de tejer alfombras se transmite de generación en generación,es decir,de padres a hijos. Que bajen ellos y trabajen ahora,que nosotros ya hemos hecho bastante. Águeda está muy afligida porque su camisa ha encogido al lavarla. Eugenio es muy fotogénico y también muy ingenioso. El agua contiene dos partes de hidrógeno y una de oxígeno,no de nitrógeno.
 
 Dictado 2
 
 
Recojamos nuestras cosas y vayamos a la agencia a recoger los billetes de avión. No sé lo que significan las palabras : geocéntrico, geofísica, geopolítica y geopónico. El análisis grafológico de sus cartas demostró que aquella mujer padecía graves desequilibrios sicológicos. Ignacio debe saber que la ignorancia de la ley no le impide su cumplimiento. Fue no sólo digna sino magnífica, la intervención del orador al exponer sus conocimientos arqueológicos de la antigua Grecia. Hay ciertos signos y banderas que repugnan a mucha gente. Los bomberos han sido pertrechados con trajes ignífugos.

Dictado 3
Mi papá ha puesto el taller de bricolaje en el garaje y ha colocado los clavos en las cajitas. El extranjero entregó el equipaje en la conserjería del hotel y dijo que lo recogería a las seis pero no lo ha recogido todavía. Esta viejecita hace encaje. No le gusta el tejemaneje y habla siempre sin ambages. Este viejecito tiene un deje al hablar muy gracioso, y un rojez en la nariz que le hace muy simpático. El profesor sugería un homenaje a su maestro y nadie le hacía caso. Recoge el reloj en la relojería y guardalo en la cajita para protegerlo.

jueves, 11 de abril de 2013

gentilicios

Os dejo los gentilicios de todas las provincias de España.

 
PROVINCIA
GENTILICIO

Álava
alavés
Alicante
alicantino
Albacete
albaceteño
Almería
almeriense
Asturias
asturiano
Ávila
abulenses
Badajoz
pacense
Barcelona
barcelonés.
Burgos
burgalés
Cáceres
cacereño
Cádiz
gaditano
Cantabria
cántabro
Castellón
castellonense
Ceuta
ceutí
Ciudad Real
ciudadrealeño
Cuenca
conquense
Córdoba
cordobés
La Coruña
coruñés
Gerona
gerundense
Granada
granadino
Guadalajara
guadalajareño
Guipúzcoa
guipuzcano
Huelva
onubense
Islas Baleares
balear
Jaén
jienense
Lérida
ilerdense
Las Palmas
palmense
León
leonés
Logroño
logroñés
Lugo:
lucense
Madrid
madrileño
Málaga
malagueño
Melilla
melillense
Murcia
murciano
Navarra
navarro
Orense
orensano
Huesca
oscenses
Palencia
palentino
Las Palmas
palmense
Pontevedra
pontevedrés
Salamanca
salmantino
Segovia
segoviano
Sevilla
sevillano
Soria
soriano
Tarragona
tarraconense
Teruel
turolenses
Toledo
toledano
Valencia
valenciano
Valladolid
vallisoletano, pucelano
Vizcaya
vizcaíno
Zamora
zamorano
Zaragoza
zaragozano

¿Estrellas?

Para mí la clara estrella de la semana es Elena Fernández por sus 44 actividades de matemáticas.¡Felicidades Elena!
Propongo que cada una escriba su estrella de la semana.

por si estais agobiados estudiar de otras ideas

DICTADOS DEL TEMA

DICTADO 1



 Mis padres me regalaron una mesa de haya. Juan,halla la raíz cuadrada de dieciséis. !Te has acordado de mí¡Haz lo que te dé la real gana. El abogado escondía un as bajo la manga. María aún no ha hecho la cama. Mi tío siempre decía:¨A lo hecho pecho”. Siempre que escucho ese chiste me echo a reír. Todas las mañanas abría las ventanas a la misma hora. Si me hubieras invitado, habría ido a tu fiesta de cumpleaños. Echo de menos a mis amigos.


 

DICTADO 2
 
El aya está contando un cuento a María . El aparato emitía un haz de luces muy extraño. Echo los cartones a la papelera. Un hecho trivial puede convertirse en algo muy importante para él. Siempre que alguien le decía lago ,abría los ojos de par en par. Dibujando ,habría podido hacerse rico. Me dijeron que tengo que tramitar las apostillas de la haya para legalizar el documento. Ninguno de los entrevistados sostiene que la situación haya empeorado.”Del dicho al hecho hay mucho trecho”.
DICTADO 3
Muchos bosques de hayas están protegidos incluso algunos están cercados por vallas para defenderlos de las agresiones de los hombres.Y es que un bosque es un ecosistema más frágil de lo que parece:si contaminamos sus ríos con desechos,rayamos las cortezas de sus árboles grabando flechas o nombres,desviamos los cauces de sus arroyos o aplastamos con nuestras pisadas y cayados los terrenos fuera de los senderos,estaremos amenazando la supervivencia del bosque.

miércoles, 10 de abril de 2013

aquí la leyenda

 

 

 

La creación

Poema indio
I
     Los aéreos picos del Himalaya se coronan de nieblas oscuras en cuyo seno hierve el rayo, y sobre las llanuras que se extienden a sus pies flotan nubes de ópalo, que derraman sobre las flores un rocío de perlas.
     Sobre la onda pura del Ganges se mece la simbólica flor del loto, y en la ribera aguarda su víctima el cocodrilo, verde como las hojas de las plantas acuáticas, que lo esconden a los ojosdel viajero.
     En las selvas del Indostán hay árboles gigantescos, cuyas ramas ofrecen un pabellón al cansado peregrino, y otros cuya sombra letal lo llevan desde el sueño a la muerte.
     El amor es un caos de luz y de tinieblas; la mujer, una amalgama de perjurios y ternura; el hombre un abismo de grandeza y pequeñez; la vida, en fin, puede compararse a una larga cadena con eslabones de hierro y de oro.
II
     El mundo es un absurdo animado que rueda en el vacío para asombro de sus habitantes.
     No busquéis su explicación en los Vedas, testimonios de las locuras de nuestros mayores, ni en los Puranas, donde vestidos con las deslumbradoras galas de la poesía, se acumulan disparates sobre disparates acerca de su origen.
     Oíd la historia de la creación tal como fue revelada a un piadoso brahmín, después de pasar tres meses en ayunas, inmóvil en la contemplación de sí mismo, y con los índices levantados hacia el firmamento.
III
     Brahma es el punto de la circunferencia; de él parte y a él converge todo. No tuvo principio ni tendrá fin.
     Cuando no existían ni el espacio ni el tiempo, la Maya flotaba a su alrededor como una niebla confusa, pues absorto en la contemplación de sí mismo, aún no la había fecundado con sus deseos.
     Como todo cansa, Brahma se cansó de contemplarse, y levantó los ojos de una de sus cuatro caras y se encontró consigo mismo, y abrió airado los de otra y tornó a verse, porque él lo ocupaba todo, y todo era él.
     La mujer hermosa, cuando pule el acero y contempla su imagen, se deleita en sí misma; pero al cabo busca otros ojos donde fijar los suyos, y si no los encuentra, se aburre.
     Brahma no es vano como la mujer, porque es perfecto. Figuraos si se aburriría de hallarse solo, solo en medio de la eternidad y con cuatro pares de ojos para verse.
IV
     Brahma deseó por primera vez, y su deseo, fecundando la creadora Maya que lo envolvía, hizo brotar de su seno millones de puntos de luz, semejantes a esos átomos microscópicos y encendidos que nadan en el rayo de sol que penetra por entre la copa de los árboles.
     Aquel polvo de oro llenó el vacío, y al agitarse produjo miríadas de seres destinados a entonar himnos de gloria a su criador.
     Los gandharvas, o cantores celestes, con sus rostros hermosísimos, sus alas de mil colores, sus carcajadas sonoras y sus juegos infantiles, arrancaron a Brahma la primera sonrisa, y de ella brotó el Edén. El Edén con sus ocho círculos, las tortugas y los elefantes que los sostienen, y su santuario en la cúspide.
V
     Los chiquillos fueron siempre chiquillos: bulliciosos, traviesos e incorregibles, comienzan por hacer gracia, una hora después aturden, y concluyen por fastidiar. Una cosa muy parecida debió de acontecerle a Brahma, cuando apeándose del gigantesco cisne, que como un corcel de nieve lo paseaba por el ciclo, dejó aquella turbamulta de gandharvas en los círculos inferiores, y se retiró al fondo de su santuario.
     Allí, donde no llega ni un eco perdido, ni se percibe el rumor más leve, donde reina el augusto silencio de la soledad, y su profunda calma convida a las meditaciones, Brahma, buscando una distracción con que matar su eterno fastidio, después de cerrar la puerta con dos vueltas de llave, entregose a la alquimia.
VI
     Los sabios de la tierra qué pasan su vida encorvados sobre antiguos pergaminos, que se rodean de mil objetos misteriosos y conocen las extrañas propiedades de las piedras preciosas, los metales y las palabras cabalísticas, hacen por medio de esta ciencia transformaciones increíbles. El carbón lo convierten en diamante, la arcilla en oro, descomponen el agua y el aire, analizan la llama, y arrancan al fuego el secreto de la vitalidad y la luz.
     Si todo esto consigue un mortal miserable con el reflejo de su saber, figuraos por un instante lo que haría Brahma, que es el principio de toda ciencia.
VII
     De un golpe creó los cuatro elementos, y creó también a sus guardianes. Agni, que es el espíritu de las llamas, Vayu, que aúlla montado en el huracán; Varuna, que se levuelve en los abismos del Océano; y Prithivi, que conoce todas las cavernas subterráneas de los mundos, y vive en el seno de la creación.
     Después encerró en redomas transparentes y de una materia nunca vista gérmenes de cosas inmateriales e intangibles, pasiones, deseos, facultades, virtudes, principios de dolor y de gozo de muerte y de vida, de bien y de mal. Y todo lo subdividió en especies, y lo clasificó con diligencia exquisita poniéndole un rótulo escrito a cada una de las redomas.
VIII
     La turba de rapaces que ensordecía en tanto con sus voces y sus ruidosos juegos los círculos inferiores del Paraíso, echó de ver la falta de su señor. -¿Dónde estará? -exclamaban los unos-. ¿Qué hará? -decían entre sí los otros-; y no eran parte a disminuir el afán de los curiosos las columnas de negro humo que veían salir en espirales inmensas del laboratorio de Brahma, ni los globos de fuego que desde el mismo punto se lanzaba volteando al vacío, y allí giraban como en una ronda luminosa y magnífica.
IX
     La imaginación de los muchachos es un corcel, y la curiosidad la espuela que lo aguijonea y lo arrastra a través de los proyectos más imposibles. Movidos por ella los microscópicos cantores, comenzaron a trepar por las piernas de los elefantes que sustentan los círculos del ciclo, y de uno en otro se encaramaron hasta el misterioso recinto, dónde Brahma permanecía aún, absorto en sus especulaciones científicas.
     Una vez en la cúspide, los más atrevidos se agruparon alrededor de la puerta, y uno por el ojo de la llave, y otros por entre las rendijas y claros de los mal unidos tableros, penetraron con la mirada en el inmenso laboratorio, objeto de su curiosidad.
     El espectáculo que se ofreció a sus ojos, no pudo menos de sorprenderles.
X
     Allí había diseminadas, sin orden ni concierto, vasijas y redomas colosales de todas hechuras y colores. Esqueletos de mundos, embriones de astros y fragmentos de lunas yacían confundidos con hombres a medio modelar, proyectos de animales monstruosos sin concluir, pergaminos oscuros, libros en folio e instrumentos extraños. Las paredes estaban llenas de figuras geométricas, signos cabalísticos y fórmulas mágicas, y en medio del aposento, en una gigantesca marmita colocada sobre una lumbre inextinguible, hervían, con un ruido sordo, mil y mil ingredientes sin nombre, de cuya sabia combinación habían de resultar las creaciones perfectas.
XI
     Brahma, a quien apenas bastaban sus ocho brazos y sus diez y seis manos para tapar y destapar vasijas agitar líquidos y remover mixturas, tomaba algunas veces un gran canuto, a manera de cerbatana, y así como los chiquillos hacen pompas de jabón valiéndose de las cañas del trigo seco, lo sumergía en el licor, se inclinaba después sobre los abismos del cielo, y soplaba en la una punta, apareciendo en la otra un globo candente que al lanzarse comenzaba a girar sobre sí mismo y al compás de los otros que ya flotaban en el espacio.
XII
     Inclinado sobre el abismo sin fondo, el creador los seguía con una mirada satisfecha, y aquellos mundos luminosos y perfectos, poblados de seres felices y hermosísimos sobre toda ponderación, que son esos astros que, semejantes a los soles, vemos aún en las noches serenas, entonaban un himno de alegría a su Dios, girando sobre sus ejes de diamante y oro con una cadencia majestuosa y solemne.
     Los pequeñuelos gandharvas, sin atreverse ni aun a respirar, se miraban espantados entre sí, llenos de estupor y miedo ante aquel espectáculo grandioso.
XIII
     Cansose Brahma de hacer experimentos, y abandonando el laboratorio, no sin haberle echado, al salir, la llave y guardándola en el bolsillo, tornó a montar sobre su cisne con el objeto de tomar aire. Pero ¡cuál no sería su preocupación cuando él, que todo lo ve y todo lo sabe, no advirtió que, abstraído en sus ideas, había echado la llave en falso! No le pasó lo mismo a la inquieta turba de rapaces, que, notando el descuido, le siguieron a larga distancia con la vista, y cuando se creyeron solos, uno empuja poquito a poco la puerta, éste asoma la cabeza, aquél adelanta un pie, e invaden todos, por fin, el laboratorio, tardando muy poco en encontrarse en él como en su casa.
XIV
     Pintar la escena que entonces se verificó en aquel recinto sería imposible.
     Primeramente examinaron todos los objetos con el mayor asombro, luego se atrevieron a tocarlos, y al fin terminaron por no dejar títere con cabeza. Echaron pergaminos en la lumbre para que sirvieran de pasto a las llamas: destaparon las redomas, no sin quebrar algunas; removieron las vasijas, derramando su contenido, y después de oler, probar y revolverlo todo, los unos se colgaban de los soles y estrellas aún no concluidos y pendientes de las bóvedas para secarse; los otros se subían por las osamentas de los gigantescos animales, cuyas formas no habían agradado al Señor. Y arrancaron las hojas de los libros para hacer mitras de papel, y se coloraron los compases entre las piernas, a guisa de caballo, y rompieron las varas de virtudes misteriosas, alanceándose con ellas.
     Por último, cansados de enredar, decidieron hacer un mundo tal y como lo habían visto hacer.
XV
     Aquí comenzó el gran bullicio, la confusión y las carcajadas. La marmita estaba candente. Llegó el uno, vertió un líquido en ella, y se levantó una columna de humo. Luego vino otro, arrojó sobre aquél un elixir misterioso que contenía una redoma, con la que llegó casi sin aliento hasta el borde del receptáculo; tan grande era la vasija y tan rapazuelo su conductor. A cada nuevo ingrediente que arrojaban en la marmita, se elevaban en su fondo llamaradas azules y rojas, que saludaba la alegre muchedumbre con gritos de júbilo y risotadas interminables.
XVI
     Allí mezclaron y confundieron todos los elementos del bien y del mal, el dolor y la alegría, la fealdad y la hermosura, la abnegación y el egoísmo, los gérmenes del hielo destinados a mundos hechos de manera que el frío causase una fruición deleitosa en sus habitadores, y los del calor compuestos para globos cuyos seres se habían de gozar en las llamas; y revolvieron los principios de la divinidad, el espíritu con la grosera materia, la arcilla y el fango, confundiendo en un mismo brebaje la impotencia y los deseos, la grandeza y la pequeñez, la vida y la muerte.
     Aquellos elementos tan contrarios rabiaban al verse juntos en el fondo de la marmita.
XVII
     Hecha la operación, uno de ellos se arrancó una pluma de las alas, le cortó las barbas con los dientes y, mojando lo restante en el líquido, fue a inclinarse sobre el abismo sin fondo, y sopló, y apareció un mundo. Un mundo deforme, raquítico, oscuro, aplastado por los polos, que volteaba de medio ganchete, con montañas de nieve y arenales encendidos, con fuego en las entrañas y océanos en la superficie, con una humanidad frágil y presuntuosa, con aspiraciones de Dios y flaquezas de barro. El principio de muerte, destruyendo cuanto existe, y el principio de vida con conatos de eternidad, reconstruyéndolo con sus mismos despojos; un mundo disparatado, absurdo, inconcebible; nuestro mundo, en fin.
     Los chiquillos que lo habían formado, al mirarle rodar en el vacío de un modo tan grotesco, lo saludaron con una inmensa carcajada, que resonó en los ocho círculos del Edén.
XVIII
     Brahma, al escuchar aquel ruido, volvió en sí y vio cuanto pasaba, y lo comprendió todo. La indignación llameó en sus pupilas; su airado acento atronó el cielo y amedrantó a la turba de muchachos, que huyó sobrecogida y dispersa a puntapiés; y ya tenía levantada la mano sobre aquella deforme creación para destruirla; ya el solo amago había producido en ella esa gran catástrofe que aún recordamos con el nombre del diluvio, ruando uno de los gandharvas, el más travieso, pero el más mono, se arrojó a sus plantas diciendo entre sollozos: -¡Señor, Señor, no nos rompas nuestro juguete!
XIX
     Brahma es grave, porque es Dios, y, sin embargo, tuvo que hacer un gran esfuerzo al oír estas palabras para no dejar reventar la risa que le retozaba en los ojos. Al cabo, reponiéndose, exclamó: -Id, turba desalmada e incorregible, marchaos donde no os vea más, con vuestra deforme criatura. Ese mundo no debe, no puede existir, porque en él hasta los átomos pelean con los átomos; pero marchad, os respeto; mi esperanza es que en poder vuestro no durará mucho.
     Dijo Brahma, y los chiquillos, dándose empellones y riéndose descompasadamente y arrojando gritos descomunales, se lanzaron en pos de nuestro globo, y éste le da por aquí, el otro le hurga por allá... Desde entonces ruedan con él por el ciclo, para asombro de los otros mundos y desesperación de sus habitantes.
     Por fortuna nuestra, Brahma lo dijo, y sucederá, así. Nada hay más delicado ni más temible que las manos de los chiquillos: en ellas el juguete no puede durar mucho.